miércoles, 7 de enero de 2009

CUENTO DE NAVIDAD

CARBONILLA

¿A que no conocéis a Carbonilla?
Pues yo si le conocí.
Carbonilla es un paje de los Reyes Magos.
Precisamente el encargado de vigilar a los niños durante todo el año, para ver si han sido buenos o malos, que niños merecen juguetes y cuales no.
Por eso, cada vez que un niño se portaba mal, los padres les advertían que en lugar de venir los Reyes Magos, o Santa Claus o San Nicolaw, vendrían a visitarles Carbonilla cargadito de carbón en vez de juguetes.

Un día cuando yo era pequeña, así como vosotros, nos dijo nuestra madre:
- Niñas mañana va a venir un ordenanza nuevo a ayudar en la casa y entre las tareas que hará será la de llevaros y recogeros del colegio.
Nos encogimos de hombros. Nos daba igual Pepe que Juan.
Pero la verdad es que sería muy importante en nuestras vidas.
A la mañana siguiente lo teníamos esperándonos en la cocina que terminásemos el desayuno.
— ¡Vamos niñas que llegareis tarde al colegio! Que está Valero esperándoos.
Yo levanté mí vista del vaso de leche que me tomaba casi atragantándome con las prisas y vi a un hombrecillo muy sucio manchado de carbón y con una boina negra calada hasta las cejas que eran muy espesas, unas orejas muy peludas y unos ojillos verdes muy brillantes. Llevaba colgado en la espalda con dos tiras de cuero un viejo canasto lleno de carbonilla.
— ¿Mamá, que lleva en el canasto?—pregunté asustada.
Es carbonilla para tu tía pues enciende la cocina con eso.

Un poco mas tranquila, salimos para el colegio.
Valero que así se llamaba, era un hombre muy bueno y tranquilo.
El camino al colegio era un largo paseo que hacíamos andando y nos lo pasábamos muy bien, hasta que llegábamos, cosa que no nos gustaba nada.
Le daba la mano a la más pequeña que se llamaba Maite pues la más chiquitina aún estaba en casa aprendiendo a andar.

La verdad es que lo desesperábamos, pues nos entreteníamos en todo.
Al pasar por la confitería de los Sánchez, nos entrábamos dentro y cogíamos todos los papeles de platilla de los caramelos y bombones que había en el suelo, estos todavía mantenían el olor de lo que había llevado dentro. Olían a chocolate, fresa o limón.

Luego al llegar a casa alisábamos con las uñas dichos papeles.
Eran una preciosidad de flores o rombos, de rallas de mil colores y los guardábamos entre las hojas de los libros, haciendo colección.
En el colegio cambiábamos los repetidos y nos lo pasábamos “bomba”.
Al pasar por la juguetería de “Los Guillermo” nos repartíamos el escaparate.


—La bicicleta para mí.
—No, que esa me la he pedido yo antes.
—Pues para mí la muñeca rubia.
¡Niñas, vamos aprisa que llegareis tarde al colegio y luego me puede reñir vuestra madre.
Si, pero ocurría que frente a la juguetería había otra confitería llamada “La Perla”. Y ahí las platillas de los caramelos y bombones eran de otra clase y vuelta a entrar y Valero que así se llamaba “Carbonilla”, se desesperaba. ¿Qué hacer con nosotras?


Pero lo peor era cuando iba a recogernos a la salida de clase.
Nosotras que teníamos unos padres guapísimos y elegantes, pues nadie los conocía en el colegio y cuando Valero iba a portería las niñas nos decían:
—Romero, ahí está vuestro padre.
Al mirar para arriba y ver a Valero, con la cara llena de churretes de la carbonilla, su boina encajada hasta las cejas, ¡ nos daba una vergüenza!.
— ¡Que no, que ese no es nuestro padre!, lloriqueábamos, pero las niñas ya no nos escuchaban.

Estaba cerca la Navidad. Llovía mucho e íbamos muy contentas al colegio con unos impermeables nuevos de lindos colores, nuestras botas Katiuska para el agua y unos paraguas pequeñitos regalo de nuestra madrina. Cada uno de un color para que no nos confundiéramos.
Cuando al saltar un charco para no mojarse a Valero, se le cayó el zapato dentro del agua, quedándosele un calcetín como el que habíamos visto en la feria en el circo que nos habían llevado. Era con remiendos de muchos colores como los que llevaban los payasos.

Ya pensábamos que Valero era alguien raro, pero no sabíamos quien.
— ¡Es un payaso, es un payaso!, decía Maite, señalando el calcetín.
¡Que risa más grande! Los churretes de la carbonilla con el agua se le habían corrido por toda la cara, donde no se le veía más que sus pequeños ojos de un verde intenso.


Cuando nos dieron las vacaciones de Navidad, le veíamos en el huerto, cavando y podando las rosas del jardín. Echándole de comer a las gallinas, a los pavos que ufanos abrían la cola y paseaban sintiéndose los dueños del corral. Echándole la alfalfa a los conejos…

Cuando llegó la víspera de Reyes, nos llevaron a ver la cabalgata. El frío era tan grande que casi no podíamos verla. No nos gustaba nada, teníamos miedo de los Reyes, frío y sueño.
Deseábamos estar enseguida en casa, para limpiar muy bien los zapatos y ponerles a los tres Reyes Magos las copitas de anís y los polvorones. ¿Nos traerían todo lo que habíamos visto y pedido en la tienda de los Guillermo?
Bien poco que dormimos aquella noche. Casi al alba entró en nuestra habitación el hermano mayor.
—Niñas os podéis levantar, los Reyes Magos ya han llegado.

Cuando nos levantamos había muchos lindos regalos pero no todo lo que habíamos pedido y en los zapatos había unos saquitos con carbón.
Las pequeñas no se daban cuenta, jugaban como locas con sus juguetes, pero yo vi que aquello no era normal. Dándose cuenta mi madre me dijo:
— No seas tonta si son de azúcar.
Efectivamente, era dulce y me lo comí con mucho gusto.
— ¿Por qué, mamá han traído esto?, pregunté extrañada.
— Es que habéis sido muy traviesas, y además le han dado parte de vuestros juguetes a los hijos de Valero.
Yo me quedé muy pensativa. ¿Valero payaso del circo? ¿O era Valero, “Carbonilla” el paje de los Reyes Magos que le avisan de los niños que no son lo suficientemente buenos?
La verdad es que Valero desapareció de nuestras vidas como había venido y no volvimos a verlo ni a saber nunca mas de el.