jueves, 3 de enero de 2013

                                 RESEÑA DE MIS BODAS DE ORO

Si, mi cuñada Visi me dijo el otro día: hace nada éramos dos niñas y que pronto nos hemos hecho viejas.
Yo pienso que para Dios el tiempo no existe.
Recuerdo a mi madre y a alguna muchacha por las noches en la mesa camilla junto al brasero y antes de acostarse espulgando las lentejas.
Sobre la mesa camilla había un hule del mapa de España, un papel de estraza sobre el que se ponía quitando las chinitas, pajillas y demás impurezas las lentejas buenas.
Creo que a los seres humanos nos pasará igual. Los buenos a la derecha y los malos muy malos a la izquierda. Unos irán a la Gloria y otros se quemaran en el fuego de la cocina económica de la casa de mi niñez, que unas veces funcionaba con un precioso carbón de piedras casi preciosas y otras con gruesos y olorosos tacos de madera.
Pues bien; la niña del Colegio de Santa Victoria, que iba a misa los domingos en San Hipólito de Córdoba, hoy en día es ya una auténtica anciana.
Atrás quedaban muy atrás, mis primeras ilusiones que fueron sustituidas por otras más auténticas y nunca soñadas, como la unión con mi marido y mis maravillosos hijos y nietos.
Se fueron mis padres, pero aún disfruto de mis hermanos aunque dos de ellas están en la lejanía. Mira por dónde no encontraron el amor en nuestras tierras, pero estamos unidas por la tecnología puntera y sus viajes a España cada vez que pueden escaparse.
Mi pobre madre que era una gran viajera, soñaba con sus bodas de oro para poder hacer otro gran viaje y a pesar de casarse con tan solo 19 añitos en plena guerra civil mi padre se fue a la otra vida antes.
Yo si he llegado y quería celebrarlo por ella.
A mi no me importaba ese largo y maravilloso viaje. Yo he querido que mis hijos y nietos estén unos días conmigo en mi tierra andaluza. Que sepan dónde vivía su madre y abuela, que vieran mi casa, mi colegio sobre todo por si todavía quedaba algún retazo de mí, pegado a un árbol, a una farola o a alguna sombra.
Y dudaba si hacer la ceremonia en Córdoba que me vio nacer o en Sevilla a la que nos fuimos a vivir cuando tenía quince años llena de ilusiones.
Al final ganó Sevilla pues allí fue dónde conocí a mi marido y dónde nos casamos.
A punto de suspender la ceremonia continuamente por la dificultad que entrañaba el poder reunirlos a todos en una fecha determinada, tomé la decisión de ir adelante.
Aunque fuésemos solos mi marido y yo.
Éramos trece. Pues mis nietos los gemelos de doce años participaban en un torneo de futbol con el Colegio de los Marianistas en Cádiz y otro de ellos Pablo de la misma edad también tenía torneo futbolístico  y ya sabemos lo importante que son estas cosas para padres e hijos.
Con cuarenta y ocho horas de antelación y por teléfono conseguí que un sacerdote jesuita el Padre José Ruiz que casualmente estaba en la sacristía aceptara de celebrar la ceremonia, tras contarle a través del teléfono lo que para mi significaba.
Hacía 50 años nos habíamos casado en la Congregación de los Caballeros del Pilar de dicha orden por lo menos habían concelebrado cuatro o cinco sacerdotes jesuitas amigos de mi padre, al cual adoraban, pues era un orador magnífico y quizá fue de los primeros seglares que hablaban de religión en las iglesias.
El era amigo íntimo del director de los jesuitas. P. Martin Prieto y del cardenal de Sevilla. Bueno Monreal y junto a estos hablaba sobre la conveniencia de hacer Ejercicios Espirituales al modo de San Ignacio de Loyola.
Me pertenecía para casarme  la Basílica de la Macarena, pero por ser muy popular yo prefería algo más discreto e íntimo.
Se pidieron los pertinentes permisos a la Parroquia y la boda se celebró en el día más gélido en Sevilla, creo yo, de los últimos 50 años un 26 de Diciembre.
El viaje de novios fue un fracaso pues España estaba nevada y estaba cortado el tráfico ferroviario por lo que nos tuvimos que quedar en Madrid sin poder seguir.
Menos mal que nos encontramos aquí a toda la pandilla de mi marido de Zafra que se habían venido a pasar el fin de año y fue de lo más divertido.
Pues bien la capilla de los Caballeros del Pilar ya no existe por lo que la misa se ha celebrado en la capilla de los Luises que es una congregación juvenil estudiantil.
Es una preciosidad echa por el arquitecto sevillano Aníbal González.
Mis padrinos de bodas de oro, han sido mis nietos mayores: Marina de dieciocho años y Diego de dieciséis.
He olvidado decir que cuando volvimos del viaje de novios de recién casados, el Párroco a la que pertenecía la capilla jesuítica, un franciscano se sintió celoso porque se les había olvidado a los jesuitas pedirle permiso o a nosotros que no lo hicimos por ignorancia.
El Señor Cardenal dijo que se obviara el tema, que él había dado el permiso y que la boda era totalmente válida. pero mi padre pensó que no costaba nada darle gusto al párroco franciscano y volvimos a casarnos de nuevo preguntándonos si éramos totalmente libres y no íbamos coaccionados.
Mi marido decía en plan de broma: - Y si ahora digo que no ¿que?
Se celebró un catering en los salones de la capilla, (entonces empezaba a ponerse de moda el celebrarlo allí) se lo habíamos encargado a un restaurante de la Macarena que se llamaba "La pastora" cuyo sobrino se había casado con una niña de Ronda (pueblo de mi madre) y al parecer fue un fracaso pues no le funcionaron bien las cocinas portátiles que llevaban.
Yo no me di cuenta de nada, pero la familia de mi marido que es de buen comer pasó más hambre que el perro un ciego.
Después de la segunda boda los de La Pastora nos invitaron a comer para compensar el fracaso.
Al P. Ruiz para que aceptara el decir la misa de las bodas de oro encargada con tan poca antelación le conté también que mi padre había sido el padrino de cantar misa de otro Padre jesuita, que se llamaba el P. Rodríguez.
El P. Ruiz se acordaba del P. Martín Prieto y al contarle yo que el P. Rodríguez fue el primer cura obrero que hizo que mi padre lo contratara para trabajar en los talleres de RENFE lo recordó.
 Le conté también como era en los años cincuenta y poco, que cuando veía a un obrero con poca ropa se quitaba su camiseta o sus prendas de lana y se las daba para que amortiguaran el frio y cómo algunas veces venía mi padre a casa quejándose del P. Rodríguez:  -Me pone en compromiso.
La Renfe después de la guerra estaba militarizada y si había algún percance grave, el que lo cometía tenía un castigo y el P. Rodríguez hacía que levantara estas sanciones.
El P. Ruiz recordó que a este sacerdote le llamaban "Carbonilla" porque entonces los trenes andaban con carbón y no con gasoil y llegaba a la Compañía tiznado de carbonilla.
Como veréis se me entrecruzan los viejos y nuevos recuerdos.
La cara de mis hijos y nietos tan contentos era un poema y ellos a su vez estaban encantados de ver con la ilusión que celebrábamos esta ceremonia.
Me llevaron a la ceremonia un precioso ramo de flores y no nos dejaban salir de la Iglesia. y yo les decía: -¡Vámonos ya! ¡Pero que pesados sois!
Ya cuando pudimos hacerlo, lancé el ramo de flores a mi futura nuera como en las películas americanas.
Y de pronto por la estrechita calle de Jesús del Gran Poder oigo los cascos de un caballo. Efectivamente se para y todos los hijos:  -¡Subid, subid! yo creía que era para hacernos una foto. Me tuvieron que empujar en el "pompi" para poder hacerlo pues mis piernas no podían subir más. Y yo protestando de sus caprichos...cuando el coche se pone en marcha y era que lo habían contratado para dar un paseo por Sevilla.
Paseo de hora y media. Era como ver una película de tu vida. Sevilla lucía con los adornos de la Navidad y entrábamos y salíamos por sitios que en coche ya no se puede ir.
Torre del Oro, el Parque de Mª Luisa, todo entero, cada rincón cada recuerdo de aquella juventud que se fue casi sin saborearla, pero con el corazón lleno de tanto amor de todos los tuyos.
Yo pienso y les deseo la mejor suerte y felicidad a esos nietecitos que ahora empiezan su historia.
Sin saberlo la ceremonia se ha hecho el día de la Sagrada Familia.
El P. Ruiz dijo que la ceremonia se había podido hacer porque éramos buenos y había sido un regalo de Dios y además que hubiese sido en ese día.
En un matrimonio después de cincuenta años ha habido como en todos, sus momentos buenos y malos pero Manolo y yo cuando llegamos a la Catedral en aquel espacio tan bello donde se aunaba el color sepia de sus muros con el rojo de los adornos navideños, y vimos a los hijos y nietos allí donde la fuente esperándonos, nos apretamos la mano; nos miramos a los ojos y sin hablar con palabras nos dijimos:
-HA MERECIDO LA PENA.

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